ACTUALIDAD
QUIEN ES MIQUEL SEN
EDITORIAL
NOTICIAS
CRÓNICAS
LOS TEMAS
ANÁLISIS
RESTAURANTES
BUENAS OPCIONES
VINOS Y RESTAURANTES
LUGARES CONCRETOS
BODEGA
PRODUCTOS
RECETAS
RECETAS HEREDADAS
Y ADEMÁS
LINKS DE INTERÉS
ARTÍCULOS EN CATALÁN
CONTACTO
PORTADA









EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

Miquel Sen en LinkedIn

Siguenos en TwitterFacebook


Share
Menéa esta página

Macarrones musicales [ Ir a EDITORIAL ] [ Volver ]
 

Twitter

Facebook



Disponer de una buena biblioteca ordenada únicamente en la memoria es una arma para potenciar la imaginación y el recuerdo. Buscando unos libros de cocina italiana, he recuperado la imagen de cierta tarde milanesa en la que compre de viejo La Scienza in cucina e l’Arte di mangiar bene, un  manual de Pellegrino Artusi, y el divertido Vecchia Crianza in cucina, que ¡los dioses nos protejan!  goza de una introducción del divino Stendhal, más un libro de tomo y lomo, La Storia di Maccheroni, de Albert Consigli, lleno de sugerentes ideas.  Desde entonces me he convertido en apasionado, desde un punto de vista literario, de los macarrones.
Sabemos, los italianos son patriotas, pero no saben mentir respeto a su cocina, que esta pasta tubular no nació en Sicilia, si no en China, para llegar a Persia y con los árabes invasores del siglo XIII a Sicilia. Los sicilianos le dieron muchas vueltas en la pasta, pero fue en Gragano, cerca de Nápoles, donde se aprendió la difícil técnica de secarla. Sobre estos temas existen en Palermo documentos escritos por Ibn Gubair. De ellos no se nada, porque es tema de expertos, como el erudito Jose Maria Pisa, que lo sabe todo de libros y en especial, de aquellos que tratan de la paella.
Lo chocante de este tipo de pasta es que, en principio, era dulce. Catalina de Médicis, mientras repartía dosis de veneno entre sus opositores, disfrutaba de esta pasta que llevó  con su cortejo de cocineros florentinos a la corte de Francia. Gracias a su influjo, la cocina medieval, de este país, áspera y corta, dio el gran salto que la llevó a la civilizada renacentista, En este tiempo se origina el “macarón”  francés, un dulce divino, exquisito, que podemos probar en todo el país, desde Paris a Burdeos.
Los macarrones, el timbal de macarrones, le debe mucho más a Rossini que a toda la corte francesa. Rossini fue un implacable devorador de macarrones que cocinaba hervidos en un caldo de carne de buey. La salsa  estaba elaborada a base de un ragout rico en cerdo, hígados de pollo y trufas. Muchas de las recetas de la cocina francesa de la época se llaman a la Rossini, porque se dice que fue el músico italiano el que inventara la guarnición de trufas y foie gras, con que se sirven entre otros platos los filetes de buey, los famosos tournedos. También hay unos huevos a la Rossini, pochés con salsa de vino de Madeira, pero cosa curiosa no hay en tan largo recetario platos de pasta. Para encontrarlos hay que adentrarse en el recetario de los canelones a la catalana, o los macarrones Rossini. Estos últimos son una fórmula de la cocina del Piamonte en el que el artista cambio la trufa blanca por la negra. Buena idea que liberó a la humanidad, en su parte rica, de los macarrones a la Pompadour, a base de carne de cerdo, pechuga de capón, leche y tantos ingredientes que agota pensarlos.
Lo mas divertido de Rossini, el aficionado al tímpano di maccheroni  es que estuvo obligado a comerlos sin salsa durante dos días. Resulta que el empresario Francesco Barballa, propietario del Teatro de San Carlo de Nápoles le encargó, en 1816 la ópera Otelo. Para que el compositor se encontrara cómodo le cedió su Palazzo Berio, donde se disfrutaba de unas magnificas vistas y una cocina excelente. Quince días duró la juerga de Rossini y sus amigos hasta que Barballa lo encerró en una habitación, sometido a un régimen de agua y pasta hervida que solo se rompería cuando entregara la partitura. Dos días después Rossini entregó la ópera y se dedicó al arte de los macarrones trufados. Poco tiempo después el empresario, que no sabia leer partituras de música, descubrió que la ópera consistía en una obertura que luego se repetía con una monotonía irritante. Rossini había triunfado una vez más envuelto en los aromas de una cocina exquisita, tan calida como un aplauso.  
 
Miquel Sen