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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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Demasiados huevos [ Ir a EDITORIAL ] [ Volver ]
 

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La Unión Europea, es decir, los señores de Bruselas, toman decisiones importantes. Una de ellas ha permitido dar mayor libertad a las gallinas dentro de esos campos de concentración que llamamos granjas. Suma de naves en las que pueden coexistir hasta 1 millón  de ponedoras. La gallinas, agradecidas a los miembros directivos de la Comunidad Europea, han aumentado su producción,  lo que hace que sobren 10 millones de huevos diarios.
Mientras los expertos dicen públicamente que hubiera sido mucho mejor un cambio paulatino hacia las granjas de antaño, sinónimo de menos huevos, pero de mejor calidad, nuestros vecinos del norte los rompen en cascadas públicas contra los edificios oficiales. De hecho, esta manera de agitar los huevos es una muestra más de a donde nos lleva el liberalismo total, el mercado global tan del gusto de las multinacionales de la alimentación, amos de nuestros amos de Bruselas.
Otro ejemplo de desajuste ya nos lo dio el caso de Findus, Spanghero y la carne de caballo rumano que acabó en lasañas y  albóndigas. Los señores de azul oscuro de Bruselas, los de negros son la Troika, dictaron una ley de trazabilidad totalmente positiva: Cualquier bistec que se vendiera en la UE tendría un carnet de identidad tan completo que alcanzaría al mismísimo nombre de la granja de origen. Pero de inmediato hicieron la trampa al gusto de la gran industria agroalimentaria: si la carne sufría una manipulación y pasaba de bistec a carpaccio,  gracias a un corte fino y unos hilos de supuesto parmesano, ya no era necesario que se  mostrara su trazabilidad. Lo que es valido para el Carpaccio lo es evidentemente para otro tipo de platos. Un hilito de aceite de oliva y cualquier miseria alimenticia tiene pasaporte europeo. Para colmo de cinismo, lo dueños de nuestros estómagos señalan que es la industria, los Findus y sus semejantes, los que deben autocontrolar la calidad de sus materias primas, señalando sus errores a la autoridad competente.  Es como si el gobierno dijera a sus ciudadanos: pasen una vez al año por la oficina y díganos cuantos ciclistas han dejado en la cuneta, cuantas multas de tráfico merecen. Sobre todo, nos se olviden de señalar el número de semáforos que han cruzado en ámbar y ustedes mismos podrán fijar la cuantía de las multas. Si con los sufridos españoles, la medida ya seria ridícula, imagínense las carcajadas que esta ley provoca entre los directivos de las multinacionales.
Como somos esclavos del mercado global, no podemos protestar ante ninguna de las marranadas que ahora amparan las leyes. Fantástico espacio legal que permite a los langostinos escoceses mantener su nacionalidad mientras viajan miles de kilómetros hasta Vietnam, donde pierden la cáscara gracias a una mano de obra económica e infantil. Luego regresan a Europa, congelados, pervertidos por los conservantes y con un impacto en el consumo de petróleo digno de figurar en el Libro Guiness de los Récords.
Entre tanto, cuando compramos un queso de Normandía,  a menos de que seamos expertos en los etiquetados,  estamos  en el mejor camino para ser victimas de una estafa. El queso si esta elaborado en esa bellísima región de Francia, pero la leche no tiene porque ser de vacas que han pastado en sus prados. La leche proviene de allí dónde es más barata. Si para conseguir el mejor precio es necesario comprarla en polvo, porque ocupa menos volumen y peso en el transporte, se compra y se disuelve bajo el cielo gris de Normandía, que le da carta de nobleza en la estantería del supermercado.  Lo que vale para el camambert también lo es para el queso de cabra, en el que interviene la gelatina, o para los patés y purés de foie gras, ricos en venas y tendones de patos y detritus de otros animales surgidos de la nada.
De hecho este cambio brutal en la calidad de la alimentación responde a un fenómeno que da que pensar. Los europeos hemos iniciado un declive en el gasto dedicado a la alimentación, que ha pasado en pocos años del 40% al 10%. Paralelamente el presupuesto sobrante se ha destinado a la adquisición de bienes que hace unos años se consideraban superfluos. El ocio, los viajes, la electrónica, ocupan el lugar del que antes se destinaba a una alimentación inteligente. Al parecer  es inútil que leamos estadísticas alarmantes que demuestran con precisión los estragos cancerigenos que generan los pesticidas y demás miserias que acompañan una industria cuyo único objetivo es situar en los mercados, sea cual sea la temporada del año, unos ingredientes, unos platos cocinados o precocinados, baratos, efectistas y sin la mas minima dificultad de manipulación. Porque el tiempo no ha de dedicarse a cocinar, si no a otras actividades, que, cosa curiosa, pueden ser paralelas al mundo de la gastronomía. Nunca se ha escrito tanto del tema, mientras la calidad del producto cae en picado. Para colmo de sorpresas, algún cocinero mediático habla de la gloria de los fogones de “mama industria”, al tiempo que arremete contra las muchas miserias de algunos productos artesanos. Evidentemente entre estos últimos encontramos muestras que no merecen el más mínimo respeto, pero estamos jugando un partido que enfrenta media docena de quesos a unos millones de toneladas. La comparación merece cierto fair play, aunque tengamos que asumir, por más que nos cueste, que las grandes multinacionales ( y las que no lo son tanto) utilicen a los chefs como señuelos de sus ofertas, convirtiéndolos en arte y parte. Lo hacen con quien y dónde más les interesan. Así hemos podido ver en una publicidad al optimista profesional Eduard Punset loar las virtudes de un pan de molde con miga eterna, o al gran chef Marc   Veyrat , el cocinero del chambergo enamorado de las hierbecitas de la montaña, decir a una señoras que un determinado jamón dulce esta tan bueno que no necesita más que el plato de servicio.
Para acabar con otras dudas sobre este asunto debemos repasar los temarios de los infinitos congresos de cocina que jalonan nuestro país. Verán en que lugar queda el sentido común, reducido a la nada entre un aluvión de técnicas culinarias explicadas por unos chefs  de los que ninguno, o casi, de los auditores tendrá ocasión de ver en acción en su restaurante. Entre otras razones, por el precio impactante de la factura.
Aunque no me gusta caer en comentarios filosóficos, creo que es hora de reflexionar profundamente sobre hacia donde nos esta llevando una forma de consumir enloquecida. No quiero cantar las virtudes del medio rural, aunque predique con el ejemplo y haya dejado la gran ciudad. Pero me parece evidente que hay que darle vueltas al tema, no vaya a ser que los huevos de verdad, o las manzanas que no son fruto de los 33 tratamientos que ahora nos parecen imprescindibles para que gocen de juventud eterna, acaben recetadas por la seguridad social.

Miquel Sen
Agosto 2013

Foto gastronomiaalternativa