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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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A los 91 años, tras fumar ininterrumpidamente tabaco de su finca,  murió, en el año 2010  Alejandro Robaina, un personaje con mucho de campesino cubano que conocí en España, cuando comenzó a presentar los tabacos, los puros habanos que llevan su nombre. Dicen que por su plantación pasaba Fidel Castro, intentando, seria mejor decir ordenando, que se agrupara en una cooperativa. Pero Robaina, que lo tenía claro, decía que el tabaco es una cosa familiar, ligada al hombre, al trabajo del campo y a la naturaleza. Tan claro lo tenía que consiguió ser el único productor de la isla con una marca de tabaco asociada a su nombre: Vegas Robaina. Por su granja de San Luís pasaron muchos devoradores de humo y de tiempo lento, entre ellos Gabriel Garcia Márquez. 
La longevidad de este caballero permite recuperar una idea que la sanidad oficial combate con fuerza. Un buen número de fumadores de tabaco puro son longevos. En cambio los fumadores de cigarrillos llenos de finalizadores, impregnados de sustancias que impiden que el cigarrillo se apague, ardiendo contra toda voluntad, que tenga siempre el mismo sabor y sobre todo, que cause adicción, suele tener infinitos problemas de salud. Dicho de otro modo, en cuanto rompemos el equilibrio con la naturaleza, y el tabaco deja de ser un producto natural, que hay que consumir dedicándole atención, buscando el placer, se convierte en un enemigo. De la misma manera que la gente de Slow Food, entre los que me encuentro, huye de la comida endiabladamente rápida, esa monstruosidad que tiene nombre propio, como menú de negocios, el tabaco de verdad debe tener su apartado placentero, ligado al consumo responsable y al respeto por la planta que lo origina.
El problema quizás este en la cantidad. Un gran conocedor de las bodegas como era el filosofo Kant, sabia que cantidad debía beber para poder escribir sin problemas La Critica de la Razón Pura. Por cierto, a pesar de su tránsito por las cervecerías y vinotecas de su época, don Manuel publica La metafísica de  las costumbres cuando esta a punto de alcanzar los 70 años. Evidentemente, en cuanto se rompe este sabio equilibrio, la comida, la bebida, todo, pasa de ser aliado a demonio. Es una difícil frontera que no se puede conseguir a golpe de decreto, si no de educada reflexión. Malo cuando el perverso botellón no tiene más critica que la que conlleva el consumo de alcohol. Con este tratamiento se olvida la realidad, el deseo de perder la consciencia lo más rápidamente posible, para caer en el olvido de quien somos y quienes son los que nos rodean. Exactamente el contrario de lo que hacían los filósofos griegos, grandes bebedores de vino, que tomaban como una gran culpa cruzar la frontera que impide mantener una conversación lucida, aguda como la vida misma.

Miquel Sen