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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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NAVIDADES NEGRAS (Hemeroteca)
Por Antonio Vergara
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Antonio Vergara: Nacido en Valencia, lleva más de tres décadas ejerciendo la labor de periodista gastronómico, con una mirada a lo Far West. El cine y el jazz son también su telón de fondo. Sus inicios fueron en la Cartelera Turia, en 1972 y desde entonces no ha dejado de colaborar en distintas publicaciones, como La Cartelera. Publica los sábados una sección gastronómica semanal ('Menús variados') en el diario 'Las Provincias' de Valencia y los domingos una columna de opinión ('¡Salve y usted lo pase bien!) en este mismo diario". Su primer libro fue Comer en el País Valencia. Le siguieron la Guía Seat Panda, Comer en Carretera, De tapas por Valencia, La España dulce y Protagonistas de Nuestra gastronomía, editado por Editorial Prensa Valenciana S.A. Es director del Anuario de la Cocina de la Comunitat Valenciana. Detenta el Premio del Festival Cinegourland (Cine y Gastronomía),concedido por su dilatada dedicación a la gastronomía y a la crítica cinematográfica.


NAVIDADES NEGRAS

 

Se cree que el cuscús es un invento árabe y luego resulta que hay pucheros y cocidos similares en casi todo el mundo, desde España hasta Francia, Italia o ciertos países sudamericanos.
En México le llaman olla poblana, por ejemplo. En muchos lugares es un plato de día de fiesta, y en otros, propio de la Navidad, sobre todo cuando se le inyectan, excepcionalmente, ingredientes cárnicos.
Debido a mi profesión he pasado muchas navidades fuera de mi casa, y he comido todo lo más tradicional del repertorio culinario que, aquí y acullá, constituye un patrimonio estable, fijo e intocable. En ocasiones, y según países y culturas, la Navidad cristiana y occidental no coincide, lógicamente, con el 24 ó el 25 de diciembre, ni con el 1 ó el 6 de enero.
Los chinos celebran el Año Nuevo en enero, febrero o marzo, según, porque van atrasados en el calendario, y su ofrenda no es al Niño Dios o a los Reyes Magos, sino a diversos animales: el perro, el caballo (en 2014), el cerdo, la lagartija o la rata. ¿Y qué comen? Pues lo suyo, ya que no conocen el puchero de La Vila Joiosa (Alicante) o la carne de libro de la marquesa de Parabere, la única carne que sabe leer y escribir. Yo mismo aprendí a leer con esta obra culinaria y con las ensaladas ilustradas. Recuerdo que un 24 de diciembre, en Malaca, nostálgico de mi país y de mis recuerdos españoles, cené besugo de mar al horno –típica y castiza receta navideña - envasado al vacío, tres días antes, en Casa Lucio (Madrid).Fue mi homenaje a Julio Camba.
En otra ocasión, en Parma, disfruté con el navideño zampone –brazuelo de cerdo relleno- y su acompañamiento de lentejas. Y es que, al margen de si los platos ancestrales navideños son creaciones mejores o peores, a veces hay que sacrificarse y meterse entre pecho y espalda una pierna de cordero con sabor a jersey de lana.
Está comprobado que todos los años, en estas fiestas tan entrañables, aumenta ostensiblemente el número de peleas, discusiones, rupturas y agresiones de palabra en el seno de los hogares donde se reúnen, a tal efecto, las familias, aunque parezca que sea para todo lo contrario. Las crisis suelen comenzar nada más llegar –o antes, en la escalera-, y con suerte, la traca final se enciende con los turrones y el cava (el cava no hay que beberlo a los postres). Todo puede agudizarse –en las personas sensibles y lúcidas- al ojear simultáneamente los infames programas televisivos, que se superan año tras año en necedades y “garrulismo”. Ya es mérito.
Tanto comer y comer sólo contribuye a incrementar la sensación de infelicidad y vacío existencial. No hay que forzar tanto la felicidad, que suele ser inversamente proporcional a la cantidad y calidad de los manjares propuestos. Estos mismos  manjares, de mayor o menor precio, según las economías, regalan más felicidad fuera de las navidades, un día cualquiera de cualquier mes, sin ningún motivo, salvo el que voluntariamente se haya buscado.
Yo añoro aquellos guardias urbanos a quienes lo automovilistas y los transeúntes les regalaban cestas, turrones y botellas de cava mientras dirigían el tráfico rodado. Hoy, sería una quimera. Les robarían todas las botellas para organizar un botellón universitario. La tuna universitaria de entonces era, sin embargo, muy respetuosa con los guardias urbanos.
Al escuchar por la radio el primer villancico o “El pequeño tamborilero”, cantado por Raphael, ya estamos sentenciados.

.  Antonio Vergara