Antonio Vergara: Nacido en Valencia, lleva más de tres décadas ejerciendo la labor de periodista gastronómico, con una mirada a lo Far West. El cine y el jazz son también su telón de fondo. Sus inicios fueron en la Cartelera Turia, en 1972 y desde entonces no ha dejado de colaborar en distintas publicaciones, como La Cartelera. Publica los sábados una sección gastronómica semanal ('Menús variados') en el diario 'Las Provincias' de Valencia y los domingos una columna de opinión ('¡Salve y usted lo pase bien!) en este mismo diario". Su primer libro fue Comer en el País Valencia. Le siguieron la Guía Seat Panda, Comer en Carretera, De tapas por Valencia, La España dulce y Protagonistas de Nuestra gastronomía, editado por Editorial Prensa Valenciana S.A. Es director del Anuario de la Cocina de la Comunitat Valenciana. Detenta el Premio del Festival Cinegourland (Cine y Gastronomía),concedido por su dilatada dedicación a la gastronomía y a la crítica cinematográfica.
Vivo en Valencia y había escuchado, en el fiable círculo de los gastrónomos de profesión, vocación, martirologio o fe, que había un local en Barcelona (Bar Cañete, Mesa y Mantel: c/ Unión, 17, tel 93 270 34 58, reservas@barcanete.com) digno de consideración.
Así es. Está en una de las calles que fluyen a la Rambla de Canaletas. Cerca de la histórica coctelería Boadas y un poco más lejos del Teatro Gran Liceo y sus óperas. Aún recuerdo cómo me estremecí escuchando “Adriana Lecouvreur” a Josep Carreras y Montserrat Caballé. A la sazón, años setenta del siglo XX, viajaba mucho a Barcelona, capital cultural y cosmopolita –no como ahora-, y compaginaba el jazz del club Jamboree (Plaça Reial) con alguna ópera del Liceu. La buena música carece de fronteras. Por esta razón me río del pop-rock actual. Parece música pero no lo es. Lo dijo Leonard Bernstein: “Si quieren que un guitarrista de rock deje de tocar la guitarra, pónganle una partitura delante”.
Después de esta digresión (la memoria es un laberinto incontrolable), el Bar Cañete, subtitulado “Barra y Mantel” porque una parte es un bar-bar de gran calidad y la otra, reducida, un bistró (mesas, manteles de tela y sillas), es un establecimiento al que fui por el entusiasmo profesional de Jaume Subirós -Motel Empordà de Figueres- quien me lo elogió mucho.
No había reservado. Regresaba de La Provence y de l’Empordà (y carezco de móvil). No pude comer en la barra, llena de “gom a gom”, pero vi las materias primas: soberbias. Así que me trasladé al “Mantel”.Solo quedaba una mesa libre.
Era el 17-7-2014, festividad de Santa Marcelina (nombre de restaurante). Iba con mi
querida esposa. Comimos de sensación: brandada de bacalao, anchoas de Santoña (¡vaya anchoas!, de las “feas”: son las mejores), 1/2 de jamón Julián Martín, sepia con albóndigas (típico “platillo”, mar y montaña, de L’Empordà), fricandó clásico, cuya base es un sofrito como el de aquel de Josep Pla y, de postre, un retorno a la infancia: pan con chocolate, aceite y sal.
Cañete es uno de esos secretos lugares muy conocidos donde se come de rechupete. Y los camareros van uniformados de blanco. Miel sobre hojuelas.
Foto: A. Vergara
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