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LA LEY SECA Y SUS CONSECUENCIAS: UN EXPERIMENTO NOBLE QUE FRACASÓ
Por Víctor Llacuna
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Víctor Llacuna: Víctor Llacuna: Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro de la sociedad Culinary Historians of Boston. Ha sido colaborador de Catalunya Universitaria, Regió7, Popular 1 y Diari de Tarragona. Es Máster en Educación por la Universidad de Barcelona y Máster en Estudios Hispánicos por Boston College University. Hace trece años que vive en Boston donde ha trabajado como profesor de lengua y literatura. Coleccionista de libros sobre temas relacionados con la gastronomía y las distintas bebidas. Aficionado a asistir a conferencias y eventos sobre temas gastronómicos.


Quienes visiten grandes ciudades estadounidenses podrán comprobar, haciendo un poco de investigación, que existen bares que se autodenominan ‘speakeasies’. Son coctelerías en que la mixología es algo serio, artesanal, en contraste con bares más genéricos o dedicados a otros temas. En ocasiones, el acceso a los speakeasies requiere de un código “secreto”. En bares como Please Don’t Tell (conocido como PDT) de Nueva York o el Red Phone Booth de Atlanta, por ejemplo, se requiere marcar un número secreto en una cabina de teléfono situada en el exterior del local. 

Red Phone Booth d' Atlanta.

Según explica Irving Allen en ‘The City in Slang: New York Life and Popular Speech’, la expresión ‘speakeasy’ ya había aparecido impresa en 1889 en el periódico Philadelphia Inquirer. El término significa en inglés “hablar flojo”. Louise Slavicek cuenta en ‘The Prohibition Era’ que un popular speakeasy de Detroit estaba “disfrazado” de funeraria. Cuando un cliente llamaba a la puerta, el portero miraba a través de un agujero. Si no reconocía al cliente, éste tenía que decir la contraseña en voz baja. Los speakeasies fueron una reacción extrema a una ley que pretendía terminar con el consumo de alcohol, primero en Estados Unidos, y luego con la vocación de extender tal prohibición internacionalmente.

 

Entrada del 21 Club de Nova York

 

 

El 17 de enero de 1920 Estados Unidos se convirtió oficialmente en un país seco de alcohol. Al menos esa era la intención de la enmienda número 18 a la Constitución. La ley que ejecutaba esta enmienda llevó el nombre de Acta Volstead -por el político que la promocionó en el Congreso, aunque su redactor fue Wayne Wheeler.  Desde ese momento se prohibía la fabricación, venta o transporte de bebidas intoxicantes, excepto si eran para uso medicinal, para uso religioso o para procedimientos químicos. Las bebidas intoxicantes eran aquellas con un volumen de alcohol por encima del 0,5 %.

La prohibición había sido impulsada a nivel nacional, desde finales del siglo XIX por la Anti-Saloon League  y la Women’s Christian Temperance Union. Grandes fortunas como Henry Ford o John D. Rockefeller fueron algunos de los mayores patrocinadores de la Anti-Saloon League. Ambos frentes justificaban su postura por el alto índice de alcoholismo que conducía a la baja productividad en el país, pérdida de trabajos y a los maltratos domésticos. Catherine Gilbert Murdock identifica en ‘Domesticating Drink’ el cambio súbito de consumo de cerveza -la bebida más popular tras la guerra civil- al de licores de alta graduación. La destilación se consideraba más fácil que la fermentación en cerveza, y los efectos intoxicantes de los licores eran apreciados. En el documental ‘The Prohibition’ de Ken Burns, se afirma que en 1830, los norteamericanos mayores de 15 años de edad consumían un promedio de ochenta y ocho botellas de whiskey al año, el triple de lo que se consume actualmente.


Woman's Christian Temperance Unión 1918

Paradójicamente, el primer gran impulso hacia la abstinencia de alcohol fue acordado en una taberna. El 5 de abril de 1840, seis amigos bebedores firmaron en Baltimore un documento en que se comprometían a no consumir alcohol de por vida. Establecieron lo que llamaron una “sociedad de bebedores reformados” y la llamaron la Sociedad Washingtonian, en honor al primer presidente del país. Pronto, varias sociedades del mismo tipo brotaron en todos los estados de la nación. El compromiso fue a la larga firmado por más de medio millón de hombres. Los clérigos católicos se opusieron a los Washingtonianos porque no aceptaban que hubiera reforma moral sin que los bebedores se hubiesen unido a una iglesia. Por contra, la iglesia protestante conectó bien con este movimiento ya que su misión era limpiar el país de cualquier tipo de pecado. El mismo movimiento que había luchado por la abolición de la esclavitud promovió la abolición del vicio. Este movimiento se llamó templanza.

Las mujeres se alzaron contra su situación de víctimas de abuso por los hombres ebrios. Exculpaban a sus maridos, el alcohol era el único responsable de que éstos actuaran violentamente. Murdock afirma que “el alcohol era chivo expiatorio de todos los problemas de la sociedad y por ello las sociedades de templanza presionaron para que se creara una ley que ayudara a los que no tenían fuerza moral para dejar de beber, y de este modo conseguir una sociedad perfecta”. Puesto que las mujeres no fueron aceptadas en las diferentes sociedades en favor de la templanza, se organizaron y crearon sus propias asociaciones. Este espíritu de participación en los asuntos públicos derivó hacia el movimiento feminista de solicitud del sufragio universal. Frances Willer lideró pacíficamente este movimiento. Su testimonio fue recogido por una activista no tan moderada. La activista Carrie Nation, tras su divorcio a causa del alcoholismo de su segundo marido, se hizo famosa por destrozar un bar con un hacha. Desde entonces, el hacha se convirtió en un símbolo de la lucha contra el alcohol.


Izzy Einstein y Moe Smit ex policías en1935

Los intentos de templanza se vieron frustrados con la llegada de europeos con hábitos de consumo elevado de alcohol. Los inmigrantes alemanes en la segunda mitad del siglo XIX trajeron consigo no solamente una nueva legión de bebedores, sino de productores. La Asociación de Cerveceros de Estados Unidos (cuyas primeras actas están escritas en alemán) promovió una campaña en 1866 en la que declaraba que el alcohol de alta graduación causaba “miseria doméstica, pauperismo, enfermedad y delincuencia”, según recoge Daniel Okant en ‘Last Call’. En cambio, argumentaban que la cerveza era “pan líquido”. El primer gran industrial cervecero fue Adophus Busch (el creador de la Budweiser norteamericana). Investigó el efecto de la pasteurización en la frescura de la cerveza y aprovechó las nuevas líneas de ferrocarril para su distribución. Ello abrió la puerta a que otros nuevos inmigrantes como italianos, griegos, lituanos o polacos vieran en el alcohol una forma de ganarse la vida en su nueva patria. El censo indicaba que el 80% de los salones eran propiedad de estadounidenses de primera generación. Las empresas cerveceras se aseguraron, además, redes de distribución. A cambio de la aceptación del propietario del salón de servir únicamente una marca específica de cerveza, ésta le proporcionaba préstamos, objetos de decoración y muebles. De este modo el salón se convertía en sirviente de una compañía cervecera específica.

Prohibition

La rivalidad entre cervecerías y destilerías se tradujo en una ineficaz resistencia al creciente movimiento prohibicionista, que culminó en una votación mayoritaria de dos tercios del Congreso a favor de la ley seca. Lisa McGirr recuerda en ‘The War Against Alcohol’ que, “virtualmente todos los artículos de la Constitución tenían el objetivo de expandir la libertad humana, excepto la prohibición del alcohol, cuyo espíritu era limitar dicha libertad”. La oportunidad de contrabando y de fabricación ilegal para beneficiarse de tal ley estaba servida.

Los distribuidores clandestinos  tenían tres formas de obtener alcohol, según indica Slavicek: introduciéndolo en el país por la vía del contrabando; destilándolo ellos mismos o pagando a otros para que se lo destilasen;  o robando licor legalmente fabricado, como por ejemplo el whiskey para uso medicinal. Los médicos creían en los beneficios del alcohol -especialmente el whiskey- cuando era consumido con moderación. La mayoría del whiskey llegaba a Estados Unidos desde Canadá. Desde islas como Bahamas o Jamaica llegaba todo tipo de alcohol, aunque se creía que casi todo era ron. Por ello, a los marinos mercantes que transportaban ilegalmente alcohol hacia Estados Unidos se les llamaba ‘rumrunner’ (literalmente, “corredores de ron”). El más famoso fue el capitán Bill McCoy.

Por su parte, George Remus hizo su fortuna comprando destilerías aprobadas por el gobierno federal para producir whiskey para uso medicinal. Remus ganó decenas de millones de dólares gracias a desviar la distribución del whiskey para el mercado hedonista. Uno de los dramas de la época de la prohibición fue lo que se llamaba la producción de ‘moonshine’. El gobierno permitió la destilación de alcohol para uso industrial. El permiso incluía la condición de que el alcohol no fuera consumible mediante la añadidura de productos tóxicos. Algunos traficantes utilizaron dicho alcohol para producir bebidas que serían distribuidas a un precio menor que aquellos licores importados. La mala práctica llevó a que en Nueva York, por ejemplo, más de setecientas personas perdieran la vida en 1926, según documenta Michael Lerner en ‘Dry Manhattan’.


Bob Ruede uno de los cocteleros más prestigiosos de Atlanta preparando un Smoked Old Fashioned

Los speakeasies garantizaban a sus clientes licor de calidad. La forma de beber marcaba la fronter socioeconómica. Al contrario que los salones previos a la era de prohibición, los speakeasies contaban con una clientela de nivel de ingresos medio-alto y alto. Entre los habituales de los speakeasies había mujeres, que rompían así con su rol de individuos sumisos y se incorporaban a la vida pública, ya no solamente en el ámbito profesional, sino en el recreativo, que les había sido vetado anteriormente.  Los salones previos a la ley seca eran lugares reservados a hombres que se emborrachaban y, en algunos casos, actuaban agresivamente. Christine Sismondo relata en ‘America Walks into a Bar’ que en Nueva York, el speakeasy El Fay contaba entre su clientela con los actores Rodolfo Valentino o Gloria Swanson, y presencias de multimillonarios como Vanderbilt (constructor del ferrocarril), Chrysler o el futuro rey de la Gran Bretaña Eduardo VIII.

Para que todo este alcohol fluyera, era necesario la colaboración de un sistema corrupto. Ésta llegó  a los más altos niveles políticos, incluso al Congreso. Los doce millones de dólares anuales asignados al Prohibition Bureau solamente daba para un número insuficiente de agentes cuyos bajos salarios los animaba a aceptar sobornos y participar de la máquina creada por los distribuidores clandestinos de alcohol. En los años 20, la violencia estaba entre aquellos que proveían, no los que consumían. Al Capone, Lucky Luciano, Bugsy Siegel y demás gángsters consiguieron su infamia en esa década.

Al Capone

El presidente Herbert Hoover encargó una investigación en 1928 que reveló toda la corrupción ocurrida durante los años 20. El informe de la comisión Wickersham impulsó a Hoover a endurecer las leyes, pero no tuvo ningún éxito en la extirpación de la corrupción. Incluso antiguos miembros de la Anti-Saloon League cambiaron de opinión y apoyaron el movimiento antiprohibicionista. El más conocido fue Pierre du Pont, líder, desde 1926, de la Association Against the Prohibition Amendment (AAPA). Su campaña -apoyada por una generosa contribución económica a la causa- cambió la tendencia de la prensa hacia la crítica contra la enmienda 18. Los periódicos empezaron a difundir las noticias negativas relacionadas con la prohibición y marginar aquello que funcionaba. Especial mención se hacía del hecho que “las clases más altas de la sociedad bebieran más” durante la ley seca, menciona David Kyvic en ‘Daily Life in the United States’. Sin embargo, los estudios de Miron y Zweibel niegan este punto y calculan que el consumo de alcohol global durante los años 20 se redujo en un tercio.

Franklin Delano Roosevelt

Tras años de crisis económica, el crac de la bolsa de 1929 dio un empujón casi definitivo a la desaparición de la enmienda 18.  En 1932, el candidato Franklin Delano Roosevelt, contrario a la ley seca, ganó las elecciones. En diciembre de 1933 la enmienda 21 fue aprobada y la prohibición del alcohol tuvo su fin. Sin embargo, los efectos psicosociales -una cierta demonización del alcohol-, y un cambio de hábitos ha quedado como legado de la etapa más polémica en la historia de Estados Unidos del siglo XX.

RED PHONE BOOTH  BAR ATLANTA