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La representación mediática de las mujeres en la cocina estadounidense
Por Víctor Llacuna
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Víctor Llacuna: Víctor Llacuna: Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro de la sociedad Culinary Historians of Boston. Ha sido colaborador de Catalunya Universitaria, Regió7, Popular 1 y Diari de Tarragona. Es Máster en Educación por la Universidad de Barcelona y Máster en Estudios Hispánicos por Boston College University. Hace trece años que vive en Boston donde ha trabajado como profesor de lengua y literatura. Coleccionista de libros sobre temas relacionados con la gastronomía y las distintas bebidas. Aficionado a asistir a conferencias y eventos sobre temas gastronómicos.


De invisibilidad a visibilidad controlada 
Las mujeres aparecen generalmente en televisión como cocineras domésticas, lejos de la imagen de chef profesional con que son presentados los hombres. En Estados Unidos, por ejemplo, las “celebrity chefs” Ina Garten y Paula Deen cocinan muchas veces para sus respectivos maridos, Jeffrey y Michael. Dree Drummond, ‘La mujer pionera’, se presenta en su blog así:  “Howdy! I am a desperate housewife. I live in the country” (¡Hola! Soy un ama de casa desesperada. Vivo en en el campo). Aunque hay un toque de ironía, existe una simbología de la esposa del cowboy que vive en un rancho. En este artículo exploro los orígenes de un patrón de género en Estados Unidos desde el siglo XIX que limita el rol público y profesional de las mujeres, y su esfuerzo por tener voz propia. 
Sarah Walden afirma en ‘Tasteful Domesticity’ que “la representación de la comida es una forma de discurso social”. Su trabajo, centrado en los libros de cocina del siglo XIX en el mundo anglosajón, destaca que “las mujeres usaban los libros de cocina para realizar sus deberes domésticos, para enseñar y salvaguardar el carácter y la virtud norteamericana”. Los libros de cocina escritos por mujeres fueron evolucionando como forma de comunicación, en un espacio en que no solamente aparecen recetas sino una oportunidad para el discurso ideológico propio, un ejercicio de retórica que se adherirá al movimiento progresista que reclamaría cambios sociales a favor de los derechos de la población femenina estadounidense.  
Investigadoras como Anne Bower, en su artículo ‘Bound together’ (Unidas) o Janet Theophano en ‘Eat My Words’ (Come mis palabras) expresan que mediante los libros de cocina del siglo XIX las mujeres pudieron participar en la formación de conocimiento y comunidad, en una época en la que no tenían acceso a la educación superior ni a una voz pública socialmente autorizada. Amelia Simmons publicó el primer libro de cocina en Estados Unidos, ‘American Cookery’, en 1796, veinte años después de que el país se independizara de la Gran Bretaña. En su introducción defiende el papel fundamental de los textos culinarios como forma de mejorar el carácter de las primeras generaciones de mujeres estadounidenses. La gran novedad no reside en las recetas, imitación de las tradicionales británicas. Lo novedoso es que Simmons dirige explícitamente su libro a “todo tipo de mujeres”, en lugar de a las élites, especialmente a “las mujeres de este país que por pérdida de sus padres, u otras desafortunadas circunstancias, tienen la necesidad de estar en el servicio doméstico de otras familias, o de ser acogidas por amigos o parientes”. Theophano identifica estas líneas como una declaración de deseo de igualitarismo en la nueva república norteamericana. Simmons se identifica como “huérfana” y haber escrito ‘American Cookery’ sin un linaje familiar representa el progresismo al que cree que debe dirigirse el país.
La proliferación de restaurantes en la costa nordeste desde la apertura de Delmonico’s en Nueva York en 1827 convirtió este sector en una potencial oportunidad para la incorporación de las mujeres en trabajos de responsabilidad fuera de la casa. La Boston Cooking School, considerada la primera escuela de cocina Estados Unidos fue fundada en 1879 por la Woman’s Educational Association (WEA). Esa asociación tenía como misión promover la educación de las mujeres, desde la escuela primaria hasta los estudios superiores. En ella las profesoras enseñaron con aproximación científica la preparación de los alimentos y una instrucción a convertirse en maestras de cocina o cocineras profesionales.  
La persona más conocida de la escuela es Fannie Farmer. Nacida en 1857 en Boston, creció en una familia que creía en la educación de las mujeres. Cuando tenía unos treinta años de edad, Farmer asistió a la Boston Cooking School, se graduó en 1889 y se convirtió en su directora en 1891. En 1896 publicó ‘The Boston Cooking School Cookbook’, revolucionario en la época por la claridad de sus recetas y por la información sobre técnicas culinarias y precauciones sanitarias en la cocina. Lo que más destacó fue su uso de medidas precisas, una tradición que aún se conserva en los libros de cocina estadounidenses. Los “un chorrito”, “una pizca”, “un poco de…” no tienen lugar en los libros norteamericanos. Tras fundar su propia escuela, la Miss Farmer’s School of Cookery, profundizó en el estudio de la nutrición y las enfermedades. Por su experiencia fue invitada a dar una conferencia en la escuela de medicina de la universidad de Harvard. La Boston Cooking School y Farmer supusieron un salto en la valoración intelectual de la mujer en la sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX. Como explica Colleen Cotter en su artículo “Claiming a Piece of the Pie: How the Language of Recipes Defines Communities” (Reclamando un trozo de tarta: Cómo el lenguaje de las recetas define comunidades) “las recetas modernas indicaban una autoridad científica y no tanto la experiencia del ama de casa”. 
Estos esfuerzos por un reconocimiento intelectual de la mujer y de su valor como cocinera con conocimiento académico no incluyeron a la mujer de origen africano.
Existía una perversión en el discurso feminista de las mujeres blancas. Especialmente en el sur crearon el mito de la “mami” negra, dócil y feliz, en un mundo idealizado en el que la mujer blanca era la autoridad intelectual mientras que de la mujer negra destacaba por su labor física que presuntamente aceptaba con gratitud. Las recetas creadas por afroamericanas eran apropiadas y publicadas por mujeres blancas como la representación de la auténtica gastronomía nacional. Autoras afroamericanas como Abby Fisher en ‘What Mrs. Fisher Knows About Southern Cooking’ (Lo que la señora Fisher sabe de la cocina del viejo sur) (1881) o Emma Hayes en ‘The Kentucky Cook Book’ (1912) demuestran que el mito de que las cocineras negras cocinaban por instinto y no por conocimiento intelectual es falso. 
La llegada de Julia Childs en 1963 con su programa de televisión ‘The French Chef’, el prestigio como ensayista gastronómica de M.F.K. FIsher y el reconocimiento abierto a su labor por profesionales como el profesor James Beard, el cocinero Jacques Pepin o el crítico gastronómico Craig Clairborne abrió el camino a una consideración profesional de las mujeres en la cocina. La fama de Childs como comunicadora sui generis, no supuso la continuidad de la labor realizada previamente por las autoras que ofrecían su voz en la promoción de la cocina estadounidense. Childs era mostrada como chef de formación francesa. Joyce Chen fue protagonista en la misma época como embajadora de la cocina china en Estados Unidos. Edna Lewis, cuya labor consagrada en ‘The Taste of Country Cooking’ (1976) se avanzó a la tendencia sobre cocina saludable y de proximidad. Sin embargo, no tuvo el reconocimiento merecido hasta después de su muerte, más que probablemente por el hecho de ser una afroamericana que promocionaba la cocina estadounidense creada en el sur. La propietaria y chef del restaurante californiano Chez Panisse, Alice Waters, fue quien en los años 90 se llevó el mérito sobre la importancia del producto orgánico, próximo y de temporada gracias a su fundación y su trabajo como activista social.
Estas contribuciones sociales han sido celebradas en el siglo XXI abiertamente en un intento de redención masculino. Las imágenes de Chen, Childs y Lewis aparece en sellos postales, el set de televisión de Childs está expuesto en el Museo de Historia Americana en Washington y el movimiento de sostenibilidad alimentaria siempre recuerda a Waters como una de sus fundadoras. La celebridad mediática Christopher Kimball, creador del emporio ‘America's Test Kitchen’, organizó en noviembre de 2009 una cena en que se recreaba fielmente recetas de Fannie Farmer, todo un complejo proceso recogido en un documental y en un libro titulados ‘Fannie’s Last Supper’.
A pesar de todo este progreso, las representaciones simbólicas de hombres y mujeres siguen siendo desiguales y el patriarcado en el mundo de la cocina profesional siguen perpetuándose en muchos casos. Opiniones como la de la escritora Rose Prince acusan al feminismo de haber provocado la expansión del ‘fast food’ al abandonar las cocinas de casa. Incluso el afamado Michael Pollans está de acuerdo con dicha opinión, según escribió el 29 de julio de 2009 en su artículo del New York Times ‘Out of the Kitchen, Onto the Couch’ (Fuera de la cocina, al sofá). La expansión de la comida rápida empezó antes de la segunda oleada de feminismo de los años 60. Con mayor o menor interés se ha malinterpretado la manifestación en que en 1968 un grupo de feministas tiraron sus delantales enfrente de la Casa Blanca. “No hagas la cena, mata de hambre a una rata esta noche” o “No asumas que cocino” eran eslóganes utilizados en las protestas de 1970. Estoy de acuerdo con la socióloga Stacy Williams en que se trataba de una protesta contra la división por género de las esferas privada y pública que dejaba a las mujeres menos oportunidades más allá de su rol de ama de casa. 
Pensar que se cocina en casa menos a causa de la incorporación de la mujer al mercado laboral es un error en tanto que omite que el hombre no ha dado el paso aún a ser corresponsable en las cocinas domésticas. El discurso reaccionario no ha sido superado aún en el medio televisivo, conservador por definición en tanto que se adapta al gusto mayoritario. Sin embargo, la reclamación desacomplejada de la sociedad en favor de la consideración social de la mujer invita al optimismo.