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INMIGRACIÓN Y COMFORT FOOD: LA COMIDA COMO CONECTOR EMOCIONAL ENTRE EL MIGRANTE Y SU PASADO
Por Víctor Llacuna
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Víctor Llacuna: Víctor Llacuna: Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro de la sociedad Culinary Historians of Boston. Ha sido colaborador de Catalunya Universitaria, Regió7, Popular 1 y Diari de Tarragona. Es Máster en Educación por la Universidad de Barcelona y Máster en Estudios Hispánicos por Boston College University. Hace trece años que vive en Boston donde ha trabajado como profesor de lengua y literatura. Coleccionista de libros sobre temas relacionados con la gastronomía y las distintas bebidas. Aficionado a asistir a conferencias y eventos sobre temas gastronómicos.




Encontrar un producto español por primera vez en un supermercado de Boston es motivo de celebración y la noticia se suele compartir con los compatriotas que viven en la zona. No importa si era algo que la persona consumía habitualmente en el país de origen, o de si era, o no, uno de sus alimentos preferidos. Nuestro cerebro localiza el producto en un contexto ligado al pasado y se hace presente en una realidad que parece impropia. Existe una conexión emocional. Estos productos, o las elaboraciones tal como se preparaban en “casa” corresponden al concepto de “comfort food” (traducible como “comida reconfortante”).



El primer uso escrito que se conoce de este término en Estados Unidos fue publicado en el Washington Post, el 25 de diciembre de 1977. El artículo incluía un comentario en el que se consideraban la sémola de maíz y el black-eyed pea (traducido al español como alubia carilla) como los alimentos reconfortantes del sur. El diccionario Merriam-Webster define ‘comfort food’ como “comida preparada en un estilo tradicional que normalmente tiene un atractivo nostálgico o sentimental”. Cualquier fuente que se consulte incluye el elemento nostálgico. El diccionario Oxford extiende el concepto a su asociación con “los recuerdos de la infancia y la cocina casera”.



La profesora Rachel Herz afirma que la comida reconfortante libera endorfinas, hormonas que nuestro cuerpo produce para protegernos del dolor. Hay una conexión de placer con ciertos platos a través de experiencias de nuestro pasado. Normalmente son platos o productos que consumíamos cuando éramos niños. “Cuando nos llegan los aromas y sabores, nuestras primeras asociaciones son con las personas que nos cuidaban, con tiempos de paz y vida segura, con recuerdos de tiempos felices y de protección”, explica en ‘Why You Eat What you Eat’.



La diferencia entre comer un buen plato de cualquier tipo de cocina y uno con el que se está familiarizado desde la niñez es que el olor y el sabor de éste evocan una imagen. Gottfried, Smith, Fugg y Dolan publicaron en la revista ‘Neuron’ un estudio que demostraba esta conexión. No tan sólo se produce la evocación de la imagen desde el olor y el sabor, sino también se da a la inversa. Es lo que Fink denomina la memoria autobiográfica. Comer una comida casera sugiere intimidad. Cuando los compatriotas emigrados se unen alrededor de una mesa participan de este ritual íntimo. La doctora Kathleen Vohs afirma en la revista ‘Psychological Science’ que “cualquier tipo de ritual aumenta la sensación de placer”. Para el migrante, consumir en compañía un plato de su país implica un mayor nivel de atención a la comida, una evocación colectiva al pasado y, por ende, un nivel de satisfacción mayor. Cuando la comida se cocina en casa, esta sensación de placer se ensalza. El ritual se inicia en la preparación y los comensales tienen una conexión emocional con la persona que ha cocinado. William Zhen, en ‘Food Studies’,  considera este acto un evento de cohesión familiar. En el caso de los migrantes, se trata de un fenómeno de cohesión identitaria, en que se reproduce el contexto familiar con un distinto tipo de lazos afectivos.



La comida familiar se convierte en este caso en una interpretación idealizada del término ‘familia’. La homogeneidad cultural facilita que ese encuentro en la mesa se convierta en lo que los sociólogos estadounidenses denominan “fronteras étnicas”. Se produce una demarcación, señalando a “nosotros” versus a “ellos”, a través de la comida que compartirán los comensales.



Para los migrantes, acudir a un restaurante de cocina española suele convertirse en una decepción. La expectativa versus lo recibido no suelen coincidir. La experiencia multisensorial no es satisfactoria. Los platos que sirven son percibidos como imitaciones de la cocina familiar, el servicio no conecta culturalmente con los comensales y, por tanto, aunque suelen satisfacer los paladares estadounidenses no existe el elemento emocional para la persona emigrada. Por lo general, cocineros y camareros pertenecen al grupo de “ellos”, no están integrados al “nosotros” de los comensales.



Citando a Rachel Laudan en ‘Cuisine and Empire’, “una cocina nacional fue normalmente pensada para ser la que es familiar para todos los ciudadanos, y encontrada a través del territorio nacional, quizás con variaciones regionales”. No se trata de un ancla al que el migrante se aferre en el día a día. Con el tiempo, la persona emigrada se da cuenta que no está limitada a una identidad, sino que éstas son múltiples. Comprende que abrirse a la cocina del país receptor simplemente significa hacerlo a una nueva cultura sin perder la propia. Es una apreciación del valor de la diversidad.



Tener una conexión emocional con la cocina casera no es un hecho único de un determinado país o región. Cuando el migrante descubre la comida reconfortante del país que lo ha recibido, cuando conoce a las personas a quienes una tarta de manzana o unos macarrones con queso les evoca escenas del pasado, es entonces cuando la experiencia es rica. Lo que tiene significado no es la competición gastronómica entre naciones, la importancia no está en si nos gustan más o menos esos platos. Lo relevante es lo que significan emocionalmente. Cocinar una comida reconfortante y compartirla es un acto de sincera hospitalidad. Es una forma de abrir la vida de uno al invitado y de que éste, a su vez, se sienta reconfortado por ese momento íntimo.