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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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Imposible evitarlo. Traspasar la puerta de El Gran Café es entrar de lleno en el pasado. No sé si al asmático  Proust le gustaría esta cocina, este lugar, pero yo me siento cómoda bajo estos altos techos de madera, sus columnas, sus enormes salas decoradas con terciopelos verde, sus mesas bien vestidas, su “maitre” de largo e impoluto delantal,  su altillo, tan teatral él, su esplendorosa bodega en toda su discreción, y, cómo no, con la portada del libro de Ruiz Zafón como comité de bienvenida. Obviamente, yo no soy la protagonista de su última novela, la que cada día se sienta en el número 9 de la calle Avinyó a leer La Vanguardia mientras desayuna. Yo sólo soy una cronista apurada de tiempo “En busca de un tiempo”  y una cocina perdida.


En cuanto a la atmósfera de este magnífico restaurante, seguro que Ruíz Zafón dará buena cuenta de ella, porque, sin duda, es un lugar espléndido como espacio novelístico. Pero, si el lector está interesado en la gastronomía de la época, entonces ha de acudir a los libros de Néstor Luján, “20 siglos de cocina en Barcelona”, y a “La Cuina Modernista” de Jaume Fàbrega. Ellos le hablarán de la cocina de una ciudad que había dejado atrás las murallas para entrar de lleno en el afrancesamiento, el cosmopolitismo y la burguesa manera de vivir.


La sofisticación y el refinamiento se han conservado, pero el cliente de hoy en día es, principalmente, turista de paso o comensal de cierta edad al que le resbalan las tendencias como las servilletas que no son de algodón. Aquí la carta se basa en valores seguros: grandes platos de la cocina catalana, bien elaborados, sin complejos, y clásicos de la cocina francesa e internacional. Entre los  que me llaman la atención están los suquets de pescado, los canelones, la escudella y la carn d’olla, varias recetas de bacalao, pero también un boeuf bourguignon, la crème brulée ( que es la prima francesa de la crema catalana) y, por supuesto, un steak tartare preparado en sala con toda clase de explicaciones y degustación previa al cliente. Un momento, diría, único, porque ya no llega a la mesa nadie que no traiga un steak tartare con un helado de mostaza antigua, un huevo  a baja temperatura coronando la carne machacada, perlas de algo comestible  o sabe Dios qué más cosas innecesarias.

 

 


Tampoco los caracoles a la llauna faltan, y, por lo que se ve, al mediodía, con un lleno considerable, saltan de mesa en mesa. Lo dicho, sin complejos. No son comidas de fonda, son platos “de aquí”,  que, o los recuperan los restaurantes, o quedarán como recetas reliquias que sólo las bibliotecas atesorarán a la espera inútil de algún lector que los ponga en práctica. También veo que los buñuelos se pasean en muchas de las bandejas que nos rodean, portadas por camareros rápidos y profesionales. Los pedimos para empezar la comida, porque nadie le hace ascos a un buñuelito caliente pasada la hora del Angelus . No hay que tener ni hambre. Croquetas y buñuelos, los que se tercien.


Los arroces, cómo no, perfuman la enorme sala de olor a sofrito, marisco y socarrat. Apetecibles parecen, pero no los puedo juzgar porque, en esta ocasión, vamos  a decantarnos por  una tríada de platos a medio camino entre la cocina identitaria y la que me hace perder el oremus, sea cuál sea su extraño origen que casi prefiero ni saber: los canelones, en este caso, único canelón, en el que eché de menos un poco de gratin, en lugar de jugo de rustido por encima, un bacalao a la llauna con mongetes de santa Pau muy correcto y un steak tartare perfecto, con patatas fritas, mantequilla de hierbas y sus tostaditas. Me insistieron en que probara un postre llamado “El olivo” (Bizcocho de aceituna verde, helado de aceituna negra, cremita de A.O.V.E. y aceitunitas de chocolate)  o alguna crema catalana con sus carquiñolis de l’Empordà,  pero ya no tenía saque para más. Una última copa de nuestro blanco del Penedès, fue suficiente.
El piano, permaneció mudo, pero hay un menú por 29 euros muy completito que le pondrá música a su visita al Gran Café. Más literario, imposible.


Inés Butrón

Inés Butrón es licenciada en filología hispánica por la UB, periodista, escritora y autora de varios libros sobre temas gastronómicos: Ruta gastronómica por Cantabria,  Ruta Gastronómica por Andalucía y  Ruta Gastronómica por Galicia, Salsa Books, Barcelona 2009. Comer en España, de la subsistencia  a la vanguardia. Ed. Península. Madrid 2011"

El Gran Café
Avinyó nº 9
Barcelona
Grupo Cacheiro.
Menú mediodía 14’50. Consultar otros tipos de menús en la web.
Precio medio a la carta 35 euros.