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Por Inés Butrón
Posiblemente si no es usted amante del cámping ni es de los que se deja caer por el salón anual del caravaning buscando una casa con ruedas jamás reparará en este lugar, a no ser que tenga la suerte de que alguien le recomiende el restaurante La Tancada, un lujo culinario inaudito, anexo al cámping del mismo nombre.
Puesto que estamos en medio del parque natural del Delta del Ebro, este pequeño rincón que en días festivos y vacacionales se llena hasta la bandera, nada le haría sospechar el buen hacer de esta cocina, delirio del gran Pla, habida cuenta de que su famosa frase se cumple a rajatabla. No le acompaña en su andadura campaña promocional alguna ni una cohorte de influencers, no hay nada que destacar en el interiorismo, el chef es casi tan anónimo como un autor medieval y los precios no son escandalosamente desorbitados. Desde hace 20 años la familia que regenta el lugar se limita a ocupar un espacio natural que basta y sobra para enamorar al visitante y a cocinar arroces con la intención de hacer una cocina en el más estricto Km0. Si asoma la cabeza por la ventana, verá que todo lo que le rodean son arrozales, salinas, la Bahía de Alfacs, las mejilloneras y unas cuantas aldeas que combinan la actividad agrícola con el servicio al turista que busca una inmersión en este paisaje infinito de mar, río y flamencos rosas y otras aves de paso (como todos nosotros, aunque lo olvidemos).
La carretera se estrecha desde San Carles de la Ràpita hasta La Tancada y el único ruido molesto es el que, inevitablemente, dejan los motores de los vehículos que la atraviesan, líneas rectas trazadas al modo bíblico, abriendo las entrañas de estas aguas siempre repleta de vida: pájaros que la sobrevuelan, espigas, barcazas, anguilas, moluscos, barro. A lo lejos hemos dejado una isla a la que nunca fue Buda, pero que lleva ese curioso nombre, y la posibilidad de llegar al mar junto con otros turistas que quieren ver morir el río. Nosotros preferimos hacer parada y fonda para degustar uno de los mejores arroces del parque natural.
Si curiosea la web de La Tancada verá que la carta varía entre el mediodía y la noche. Al mediodía el menú es casi por unanimidad un buen arroz (hay unos cuatro o cinco a escoger) o un pescado del día, unos entrantes que incluyen algún marisco y tres ensaladas, cuatro postres y una carta de vinos no muy larga, pero bien escogida. Por la noche, el chef deja rienda suelta a su lado más creativo- chocante el adjetivo para un lugar como este-, abandona la rigidez de la paellera de hierro colado y ofrece una clase magistral de técnica, suponemos que no exenta de sabor y producto fresco, aunque de esta otra vertiente no podemos hablar puesto que nuestro objetivo era comer al mediodía un arroz que pudiera merecer el apelativo de apoteósico, y lo logramos.
Para empezar escogimos unas buenas ortiguillas, esas pequeñas anémonas con forma de roca que hacen las delicias de los amantes del bocado de crema de mar, solo comparable en rareza y explosión de sabor a los erizos. La cantidad era más que suficiente para dejar saciado al comensal y su fritura era crujiente y correcta, sin excesos. El segundo entrante fue un carpaccio de langostinos del que hubiera podido comer dos platos más. La ración no era pequeña, pero cuando se prueba la carnosidad y la frescura de este plato uno puede llegar a rozar la gula más indómita. Los langostinos se cortaron finamente, como cabía esperar, pero no llegaron a ese grosor del papel de fumar al que nos tienen acostumbrados en la ciudad.
El arroz que llegó más tarde fue el de La Tancada, preparado, según nos contaron, con caldo de bogavante y gamba roja más el pulpo – del delta, por supuesto- que ellos mismos cuecen y añaden al arroz, normalmente variedad bomba Tramaontano. La textura de la gramínea era perfecta, ni un minuto de cocción de más, ya que la paellera se queda sobre la mesa para que el cliente se vaya sirviendo y hay que contar con el calor residual que continuará cociendo el arroz en el poco fondo que queda tras su llegada, pues es un arroz seco, que no enjuto. La pata de pulpo que lo coronaba estaba perfectamente cocida y le daba el contrapunto de texturas y sabor.
De postre, torrija con helado de café o el buen broche final para una comida en plena Cuaresma. Muy cremosa, poco dulzona. Nos acabamos el vino de la terra Alta durante la sobremesa y acompañamos el café de un vasito de licor de arroz, que es lo que pide el cuerpo, o el paisaje, en esta tancada o cierre al paso del agua que nos ha permitido llegar hasta aquí. 
La Tancada
Contrada Sant Carles de la Rapita Salines, S/n, 43870, Amposta (Provincia de Tarragona)
977 261 047
 
Precio medio: 40 euros.
Horario de verano: de lunes a domingo de 10 a 23 h.
Horario de invierno: de miércoles a domingo de 10 a 23 h.
Se recomienda reservar.