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Los vinos de Jerez en Estados Unidos
Por Víctor Llacuna
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Víctor Llacuna: Víctor Llacuna: Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro de la sociedad Culinary Historians of Boston. Ha sido colaborador de Catalunya Universitaria, Regió7, Popular 1 y Diari de Tarragona. Es Máster en Educación por la Universidad de Barcelona y Máster en Estudios Hispánicos por Boston College University. Hace trece años que vive en Boston donde ha trabajado como profesor de lengua y literatura. Coleccionista de libros sobre temas relacionados con la gastronomía y las distintas bebidas. Aficionado a asistir a conferencias y eventos sobre temas gastronómicos.


El problema de ser diferente, la ventaja de ser original

La singularidad de los vinos de las Denominaciones de Origen Jerez y Manzanilla ha supuesto en Estados Unidos su mayor valor y, a la vez, su enemigo. Las cosas están cambiando para bien. Es cierto que llevar a una cena en Estados Unidos una botella de fino es todavía una apuesta arriesgada. Por experiencia propia, tuve que responder a unos neófitos sobre si el vino estaba estropeado, o si ni tan siquiera era vino (la pregunta concreta fue: ¿de qué está hecho?). Pero el conocimiento del jerez (en todas sus variedades secas, no tanto en sus vinos dulces) y la manzanilla es cada vez mayor, y los esfuerzos de su Consejo Regulador más que loables. La proliferación de bares de tapas ha abierto una puerta a la divulgación de los vinos de Jerez, los cuales son más fáciles de hallar en lugares de concentración urbana. Si en España el jerez se une a la idea de tradición, avalada por setecientos cincuenta años de experiencia, en Estados Unidos es sinónimo de  modernidad. Los jóvenes están más receptivos a la novedad, especialmente con una mayor comprensión de la cocina española, cuyo posicionamiento ha salido del saco genérico de “lo latino” para contar con uno propio. En la guía Zagat Boston hay cinco restaurantes españoles con una puntuación de más de 24 puntos (excelente), en una región dominada por los establecimientos de corte italiano. La guía Michelin recoge información sobre veintidós restaurantes españoles en Nueva York. Estos embajadores de la gastronomía española han tenido una función didáctica del jerez, un vino que gana dimensión con la comida adecuada, pero que en degustaciones en tiendas especializadas, “a palo seco”, cuesta más que convenza a un consumidor acostumbrado al chardonnay.  Uno de los factores a favor del jerez es su alta valoración por sumilleres y periodistas. El Consejo Regulador de la DO Jerez ha realizado una campaña importante hacia el exterior, como muestra un informe del Observatorio Español del Mercado del Vino. La bodega de Emilio Lustau, por ejemplo, hará una presentación en una de las ferias vinícolas más importantes en Estados Unidos, la Boston Wine Expo, en la que explicará las diferencias de ¨terroir¨ dentro de la DO Jerez y Manzanilla. La organización de la Copa Jerez ha sido en sus cinco ediciones un medio de promoción internacional extraordinario. El objetivo de los participantes es “encontrar la armonía perfecta mediante la elaboración de un menú de dos platos y un postre, cada uno de ellos acompañado por un Vino de Jerez o Manzanilla”, según reza en las bases de la competición. Estados Unidos llevó a esta última edición chefs y sumilleres de algunos de sus mejores restaurantes, e incluso mixologistas. Si para la DO Jerez este evento supone una gran plataforma publicitaria, no lo es menos para el prestigio de los concursantes.


Jereces y manzanillas entran perfectamente en el esquema del “good value” (calidad/precio), como ilustra que Wine Spectator clasificara a La Gitana, de Bodegas Hidalgo, en el número 32 en su lista de los mejores vinos del año. Su precio, de 19 dólares, es más que razonable de acuerdo a los estándares norteamericanos. Productos de Barbadillo, Domecq, González-Byass, Hidalgo o Lustau son cada vez más visibles, también en supermercados, situados al lado de los oportos, madeiras, tokajiis y sakes. Las generaciones venideras son las que podrán validar de forma más contundente si esta imagen “in” del jerez tiene continuidad.  De momento, se trata de una bebida étnica, supuestamente para entendidos. Su expansión ha llegado a la coctelería, lo cual es muy importante, ya que la mixología es una práctica amplia,  y  también pubs y restaurantes ofrecen –con mayor o menor gracia- cócteles de propia creación. El jerez es un ingrediente exótico, muy bien aceptado por su originalidad y su versatilidad.  Supondría un gran impacto que el jerez pudiera introducirse en los “seafood shops”, lugares populares en los que se fríe pescado y marisco. El obstáculo es que este mercado está muy apegado a la cerveza. El precio tampoco ayuda, ya que una copa de jerez cuesta alrededor de 6 dólares en cualquier bar o restaurante, el mismo que una pinta de cerveza (0,56 litros). La consolidación del jerez parece más factible por las vías utilizadas hasta ahora: mercados relativamente sofisticados, establecimientos españoles, y bares que buscan la novedad con un producto considerado de calidad, versátil y novedoso al mismo tiempo.  Para el público convencido de sus virtudes es importante que lo hallen fácilmente, como hasta ahora, en las licorerías y supermercados. La campaña comunicativa sobre los vinos de Jerez y la manzanilla de Sanlúcar está dando cada vez más frutos y la impresión es que irá a más. A buen seguro que la elección de Jerez como Ciudad Europea del Vino 2014 ayudará a ello.

Víctor Llacuna