Era un verano ardiente, en las Landas a finales de agosto. Un calor inhumano, sin una gota de aire, volvíamos del Maresme. Yo pataleaba, quería bañarme en aguas transparentes, oír música, bailar sardanas con el guapo gitano de Canet y sobre todo no aguantar el mal rollo de mis padres. Asomaban los primeros ceps, las palombières estaban a punto de tiros, los perros nerviosos y no se aun porque mis padres hacían vida mundana en un pueblo diminutivo. La mesa estaba puesta, era bonita, tengo que reconocer que mi madre sabia recibir, todo olía bien, este olor a guiso de las landas, el mantel de hilo, fino, en un comedor sencillo, campesino, esta felicidad dibujada, frenética, casi obligada de disfrutar, cueste lo que cueste y yo perdida entre mis padres y los invitados. Escuchando a escondida la voz tan fina de Françoise Hardy en uno de mi programa de radio favorito Salut les copains. Tenia un diminuto transistor, me cabía en una mano, me lo habían traído mis padrinos de Japón, de los primeros que se hicieron tan pequeñitos. Deseaba que lléguase la noche para poder leer un libro, La Bâtarde, escrito por Violette Leduc amiga de Sartre y de Simone de Beauvoir, totalmente prohibidos en mi casa , no hace falta que explique porque.
Mi madre quiso volver a vivir su infancia y nos castigó con la presencia de sus amigas del parvulario. Eran comidas joviales, se reían a carcajadas, bebían mucho bajo la mirada muy severa de mi pater, el hombre impasible, callado y cruel pero que lo aguantaba todo.
Este día, como no , habían venido casi todo el pueblo a comer, menos mi amigo el español exiliado Francisco Ibáñez. Cuando nos sentamos en los bancos campesinos alrededor de la mesa, oímos un grito de dolor de un comensal. Se hizo un silencio de muerte que duro unos largos segundos. Se levantó el señor Dupain con un tenedor clavado en el culo, a su lado el señor Prats riendo entre sus barbas miraba a su mujer que se quedo muy callada, pálida y no dijo ni pio.
Era muy joven, inocente para darme cuenta de la dura realidad de lo que había pasado. Era una historia de cornudos, porque los cuernos siempre han existido hasta en las mejores fiestas familiares. Hace poco mi hermano me llamó desde Burdeos y estuvimos recordando esta anécdota. Me contó el final de esta magnifica historia de amor de un trio antiguo que vivía en un pueblo salvaje, que iba a misa cada domingo y que descansan en la misma sepultura.
Bernadette Graner
Huevos duros a la manera de Marie Louise
Esta receta tan sencilla como buena se solía preparar en mi casa como entrada por Pascua y en verano. Es fácil de elaborar , da un resultado sorprendente.
Ingredientes para 4 personas
9 huevos
Aceite de oliva de la mejor calidad
Vinagre de cabernet sauvignon (en este caso he utilizado unos de syrah de Castillo de Perelada)
2 dientes de ajo
Sal
Pimienta
Mostaza
Una taza de mayonesa
La elaboración
Poner a cocer los huevos en agua por espacio de 10 minutos. Retirarlos y dejarlos enfriar en una cazuela con agua fría.
Una vez están bien fríos retirar las cáscaras. Un truco para que sea más fácil, porque cuando los huevos son muy frescos cuesta pelarlos: hacer rodar con la mano el huevo sobre el mármol haciendo una pequeña presión con la mano. La cáscara se romperá como un mosaico y serán mas fácil quitarla.
Cortar los huevos por la mitad.
Chafar en el mortero los dos dientes de ajo
Retirar la yema de 8 huevos ( un huevo la guardamos para decorar el plato) , ponerlas en un bol y chafarlas con la ayuda del tenedor, añadir los ajos ya chafados , mezclar y salpimentar ligeramente.
Verter poco a poco el aceite hasta obtener un puré. En el cuaderno manchado de mi madre ligar con el aceite vertiéndolo poco a poco está subrayado. Agregar el vinagre y seguir trabajando la mezcla. Suelo poner un vaso pequeño de aceite y una tacita de vinagre. Salpimentar, remover para que se integren los ingredientes, Probar la mezcla y rectificar a su gusto de vinagre, sal y pimienta.
Rellenar las mitades de los huevos. La mayonesa se puede hacer con la batidora pero hay que añadirle una vez montada una cucharada de mostaza. Colocar un poquito de mayonesa encima de cada mitad. Con el huevo que nos queda, clara y yema, rallarlo haciendo caer la ralladura en forma de lluvia sobre la preparación.
Reservar en la nevera. Es un entrante que se sirve frío.
La mayonesa es mejor hecha a mano , no tiene nada que ver con la preparada con la ayuda del brazo mecánico. Vale la pena montarla poco a poco con un buen aceite de oliva virgen.